Apuntes en torno al nombre de la Sra. Camila Vallejos.
Avatares de una huída y crónica de un 21 combativo.
Este artículo quiere poner en circulación una serie de
imágenes que guardó el ojo dislocado de un anónimo manifestante en la marcha
del 21 de mayo. Junto a ello, dar cuenta que dichas imágenes antes que capturar
la repetición sin-fin de un recuadro, como pueden haberlo hecho revisando la
infinidad de fotos en medios independientes como oficiales- ojos multiplicados
por un fenómeno publicitario que se desplaza entre la contrainformación, el
voyeurismo y la persecución- , pretenden
avistar antes que una narrativa coherente, un movimiento, una red de contagio,
entre una serie de elementos que componen la tan repetida contingencia social,
y que puede ser puesta en discusión sólo desde los hechos que acaecieron
durante la mañana y tarde de aquel helado martes. Es también, una interpelación
al nombre de la señora Camila Vallejos, o sea a todos aquellos que dicho
personaje de la política representa, junto a lo que condice, lo que moviliza, o
más bien inmoviliza en la escena de la politización actual, como a lo que
enuncia, más allá de cualquier frase, slogan, candidatura, o lienzo. ¿por qué?,
pues bien, porque sabemos todos que entre el “señorita” o “señora” existe un
rito de diferencia, y que es necesario
despejar, cuando el nombre de Camila Vallejos es traducible por Partido
Comunista, o entre el sita o siñora es traducible la necesidad de militancia y
legitimidad política, o como quiera que estratégicamente algunos medios o la
política agónica ha querido nominar a los movimientos sociales bajo el nombre
de algo, o alguien. No quiero hablar de farándula con esto, sino dar cuenta de
lo que significa un orden categorial o ritual cuando irrumpe u ordena la
informe multiplicidad del descontento, de la rabia, del odio, como de una
potencia de una nueva política que emerge en las imágenes de una marcha como la
de valparaiso, y que la singulariza, frente al resto de las marchas. Es así,
como en el desarrollo de la marcha de valparaiso se pone en movimiento una
potencia que desborda las formas instituidas de la política, como todas las
representaciones tradicionales con que se pretende controlar la circulación de
las fuerzas anónimas de un movimiento social, y que se grafica en todos los
eventos que se sucedieron en la opacidad del caminar en conjunto de los
diversos piños unidos sólo por un “avanzar y quemar el congreso nacional”, canto
que al momento de golpear los muros porteños polifónicamente urdía cierta
complicidad, como una serie de lugares comunes, un nosotros inabordable por
cualquier etiqueta, como un sentimiento de rabia más allá de las ya
fetichizadas formas de política que calman la necesaria transformación de la
cotidiana vida política tradicional.
Era temprano, muy temprano, cuando los cuerpos variopintos comenzaron
a desplazarse a plaza Victoria, entre ellos estudiantes, profesores,
trabajadores, machistas, feministas, socialistas, comunistas, anarquistas,
también cojos, precarios, colgados, descolgados, jippies, otros no tanto, cesantes
y un sinfín de lugares de la mecánica social, que en esos momentos compartían
una calle, como también una serie de controles de identidad, revisiones, y un
lugar al cual llegar –de distintas maneras, pero igual-, el congreso. La marcha
comenzó con un ánimo que es distinto al de todas las marchas, no es sólo
manifestarse, sino okupar una ciudad con el fin de interrumpir un discurso,
deslocalizar la circulación de las miradas de un país que oficialmente reparte
el orden de la mirada entre los órganos manchados con sangre que marchan
queriendo borrar la memoria del genocidio republicano y el populismo tecnócrata
de los expertos en voz del presidente. Un sentido antes que un fin, un sentido
que en su devenir olvida el sentido mediático de la paz social que vuelve
legítima la petición de derechos, y que pone a operar una praxis colectiva de
una política sin nombre, nocturna, anónima, que no es encasillable, pero que
pone en evidencia la máquina de sentido conque la democracia neoliberal
funciona. Es así, como la señora Camila Vallejos (in)visible en el transcurso
de la marcha y sus discípulos, al llegar a la primera valla abandonan,
retroceden, huyen, en fila, ordenados, cuando la fuerza de la rabia comienza a
tratar de avanzar hacia el congreso. Quizás por miedo a desperfilar su
candidatura, quizás por miedo a perder el sita o el siñora, de un pacto
político que les da sentido-legitimidad actualmente en el Congreso. No pueden,
como partido, perder su nombre, su lugar en el común en la tradición que
gobierna los estados. Ellos quieren llegar al congreso, pero por una puerta
ancha, no es interrumpiendo el discurso sino apropiándolo, no es okupando la
ciudad, sino gobernándola, tomando incluso el bando de un “Bachelet” que
resuena a un chet que nadie olvida aún. Aunque se instalaron en la primera
columna de la marcha, siempre estuvieron afuera de ella- pero adentro del
congreso-, porque ya no es la calle, ni la diferencia, ni la rabia, la que los
moviliza, sino el orden factual del sentido tradicional del sita o siñora de la
oficialidad el que los dota de existencia.
Es mientras huye la señora Camila Vallejos y su sinagoga, de
este crimen contra la democracia parlamentaria, que los cuerpos enrabiados no
olvidan, no olvidan la serie de escenas de la vida cotidiana que los
atormentan, no olvidan los márgenes descuadrados del panfleto tecnócrata en el
que son fichados en estadísticas con deudas, créditos, afp’s, ghettos, y otra
serie de golpes a sus cuerpos, los que magullados por la violencia de la paz
social tradicional democrática y parlamentaria, los moviliza a estar ahí sin
tranzar. Entre la huída, entre el sita o siñorita, el problema es un conflicto
en torno a la presencia. ¿Qué significa estar el 21 cagado de frío en medio de
una marcha asediada por las fuerzas de orden y el espectáculo de un Icono de un
ejército que unos años antes de saltar –a la fama- a matar peruanos había sido
parte de una masacre en el wallmapu? Pues bien, no ser mártir, ya que no
llevamos nombre alguno en nuestro actuar sino sólo el ser una multiplicidad de experiencias
de vulnerabilidad que apropian la potencia de la impotencia, la fuerza de poder
interrumpir un sentido- un gesto no dialéctico, ni reactivo-, sino la puesta en
marcha de una operación política que pone en su actuar un “que se vayan todos”,
una necesaria voluntad de hacer perecer todas las formas instituidas con las
cuales se nos han arrebatado las vidas a merced de la paz social para la
producción, siendo activos frente a dichas experiencias vitales, porque no
guardamos sino una praxis común y no unívoca de una política que es anónima
frente a las máquinas de traducción parlamentaria y democrática. No estamos ni
adentro de su lenguaje ni afuera, estamos en el medio de la oratoria, sabemos
quiénes son, pero también sabemos que no queremos ser ni señoritas ni señoras
de un espectáculo político caduco, por eso caminamos hacia el congreso, sin
jippie ni militante que quiera detener la rabia que significa vivir
actualmente, y con ellos, la vitalidad que tenemos para estar ahí compartiendo
experiencias y enredando nuestros deseos, satisfacciones e insatisfacciones, no
pensando en proyectos a largo plazo que signifiquen dirigir una campaña en el
nombre de la democracia, sino abriendo nuevos focos de conflicto, como nuevas
formas de organizarnos, más allá de la lengua torcida de una política abierta a
la gestión de los cuerpos como capital-humano.
No esperamos nada que no sea lo que en la opacidad de la
experiencia de estar ahí, en valparaiso el 21 de mayo, en la experiencia común
de mantenernos okupando la ciudad, desviando las miradas al extravío que
significan las ganas de vivir más allá del nombre que nos quieran dar, instalando
un sentido efectivo, que no parte de ninguna parte sino sólo de los cuerpos
agobiados por la vida que llevamos y que se encuentran, conocen, redistribuyen
y potencian abriendo nuevas formas del ejercicio de la política, nuevas formas
de circular, que no es ni en lobbys, ni en televisión, ni en urnas donde
vivimos, sino allí donde nos deshacemos de nombres y traducciones, asiendo sólo
la real gana de crear espacios reales de una transformación efectiva. Este
artículo es a todos los anónimos que aunque entrecrucemos perspectivas,
sentidos y caminos, sabemos que no esperamos nada de nadie, sólo de la
participación efectiva en la construcción colectiva de lazos que en cada lugar
se tienden para enfrentar y sabotear la muerte a la que nos arrojan los que
huyen. Y para terminar, haciendo eco de Zibechi “la comunidad no es, se hace;
no es una institución, ni siquiera una organización, sino una forma que adoptan
los vínculos entre las personas. Más que definir la comunidad, es ver cómo
funciona”. Sabemos cómo funcionan, por consiguiente, trazamos cómo vamos siendo
siempre diferentes a lo sido un práctico y efectivo “que se vayan todos”.
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