¡LA COMUNA DE LOS NADIE!


Frente a la extensión globalizada del nihilismo, el arrojo a la catástrofe de nuestras antiguas representaciones nos obliga a asumir nuevos lugares, construir nuevos espacios, retomar de la nada la potencia de nuestra golpeada experiencia para trazar nuevas cartografías, en la furibunda comuna de la nada, para okupar las vidas destrozadas, desplazadas, exiliadas, por la movilización total y despiadada del capital. Es así como retornamos siempre ininteligibles, siembre inapropiables, siempre rebeldes al orden de muerte de esta sociedad.

¡LA COMUNA DE LOS NADIE!...
"porque no existe otro lenguaje, somos un balbuceo en el lenguaje del poder..." (miradas extraviadas, mar traful, 2002)

lunes, 27 de mayo de 2013

PARA UNA CRÍTICA ANTICARCELARIA.




PARA UNA CRÍTICA ANTICARCELARIA.
Comunero de la nada.


-¿Qué está haciendo en esta cueva de prostitutas?/-Eso tendría que preguntárselo yo a usted, oficial./-¿Sabe que tengo que llevarlo detenido?/-No, no lo sé./-No se haga el gracioso, ¿tiene drogas?/-Nunca hay que cometer dos delitos al mismo tiempo. “De una figura delictiva se puede zafar, pero si se está encuadrado en dos, el caso es insalvable"./-¿Dónde aprendió eso?/-Me lo enseñaron los compañeros que tuve en el calabozo en el que usted me hizo encerrar./-Ahora lo voy a encerrar de nuevo para que complete sus lecciones y se convierta en el delincuente perfecto./-No se preocupe por mi educación, oficial, prefiero seguir de autodidacta./-¿Qué vino a hacer en un lugar como éste?/-Qué poca imaginación, oficial/
-Responda a mi pregunta./-Vine a buscar a dos amigas que trabajan aquí./-¿Cómo se llaman sus amigas?/-Solange Latour y Madame Pompón./-No me interesan sus nombres de batalla. Dígame cómo se llaman para la ley./-¿Usted es a prueba de escándalo, oficial?/-¿Cómo se llaman?/-Ramón García y David Klijman./-¿Por qué no tiene amigos más decentes?/-Porque soy un inadaptado social/-¿Nunca conoció jóvenes más normales?/-Por supuesto, conozco abogados, sicólogos, periodistas, asistentes sociales y policías./-¿Y entonces por qué se mezcla con estos tipos?/-Entre nosotros, oficial, porque me caen mejor los delincuentes.
“Marc la sucia rata”

Extraer de los enunciados anticarcelarios un fetiche es fácil, en cuanto la crítica proviene de un espacio anterior a la cárcel; un espacio cercado, como un calabozo, situado en un lugar recóndito, guarecido de las turbulentas experiencias con que el crimen acontece. Con premeditada astucia el crítico observa la cárcel para depositar sobre ella su crítica, no libera cierta pasión criminal para hablar sobre ésta sino antepone la sediciosa objetividad científica para hacer hablar a las sombras -que susurran en un idioma extranjero dentro de aquellas mohosos muros, ruines muros- sobre ciertas idílicas verdades, aquella “Humanidad”, aquella “Libertad”, aquella “Dignidad” con la cual viste los cuerpos hacinados en ésta para asir la muerte, re-modelarla, y orientarla a un ritual mucho más “normal”, mucho más “humano”, mucho más “libre”, mucho más “digno”. Entre más humanitario el discurso, más anticarcelaria se dispone la crítica. Entre más filantrópica la retórica, el discurso más dinamitero resuena.
Durante el transcurso del siglo XVIII y el siglo XIX la prisión se humanizó. La sociedad dispuso y escatimó la mayor cantidad de esfuerzos por abandonar el suplicio, el descuartizamiento, el exilio, como modus operandi del castigo. Es en este mismo periodo, que los críticos hacen también su mayor y más satisfactoria aparición: el hombre debe ser contenido, disciplinado, vigilado, para ser reinsertado, reinsertado en “el normal funcionamiento de su humanidad”, por lo tanto, incorporado a las relaciones funcionales y utilitarias con que la humanidad, en cuanto sociedad, le preescribía. Cierta normalización de su comportamiento, de sus emotividades, de sus pensamientos, de su sentimentalidad, tenía que estar asegurada: el Hombre es lo que sus derechos dan cuenta. El Hombre es en el espacio de la ley que lo constituye como tal, y respecto a ella, a su inherente relación, la sociedad debe esmerarse en concretar su función ordenadora. La prisión se tiñe de cierto carácter de humanidad, hace aflorar con ella cierta legitimidad, cierta verdad, cierta “naturalidad”. La prisión en su aparición, casi divina, guarda en su interior las normas pasionales de la sociedad respecto a lxs individuos. La prisión guarda el secreto de la sociedad que la mantiene como institución fundamental.. La prisión canaliza ideológicamente los cuerpos de los condenados, más bien sus almas, esas representaciones con que lxs individuos son antes de su experiencia considerados Hombres (De la ley), y que se transforma en el campo de batalla en el que la condición de guerra en que se sustentan las sociedades comienza a dar ciertos atisbos de paz, de silencio, de humanidad, de justicia, de dignidad, respecto al secreto, en torno a ese secreto de la sociedad que da cuenta de la función de la prisión como institución económicamente funcional, como institución positiva*, productiva y también reproductiva de “realidad”(de lo normal-lo anormal), de aquello que es verdad, de legitimidad (de lo bueno-lo malo) de los mecanismos sociales de producción de capital. El cuerpo, del prisionero o del ciudadano, como tal es el objetivo de la institucionalización de la guerra de la sociedad contra toda aquella potencia inherentemente antisocial. El cuerpo del preso guarda cicatrices de algo que no es para la sociedad sino en su real condición de enfrentamiento, de diferencia, de singularidad  delincuencial, de choque con el marco social productivo que lo mantiene preso por el carácter de peligrosidad que vuelca contra la “Humanidad”.  El cuerpo del preso guarda las cicatrices de la sociedad, porque en él se inscribe lo que debe y no debe ser El Hombre, qué debe y qué no debe hacer, qué debe y qué no debe sentir, qué pulsaciones debe o no debe continuar y satisfacer. El cuerpo del preso desborda toda representación que lo determine antes de su condición de preso, el preso no es anterior a la prisión, sino que construye su identidad en la cultura que guarda, produce y sostiene, en su interioridad, la cárcel. No obstante, la cárcel, como institución positiva, guarda en su  interioridad, -en sus mecanismos disciplinarios, en su ordenamiento espacial y temporal, en sus relaciones jerarquizadas y autoritarias-, una relación directamente abierta con la exterioridad, con el afuera, con la “sociedad libre y civilizada” que precipita y dinamiza dicha interioridad, como la institución que es; guarda una relación directamente correspondiente con los mecanismos de control, producción y disciplinamiento con que se ordena “la ciudadanía de Hombres Libres”, y a su vez, legitima cierta ficción representacional de lo social, guardando en ella el secreto, con que el presente se sustenta como tal, guardando el secreto con que el orden social se mantiene custiodiado.
El crimen del crítico reside en el lugar desde donde trata de concebir el fenómeno carcelario, reside en la representación, se antepone al cuerpo del preso tatuado, en su presente, por la prisión, a la experiencia del crimen, a lo que el crimen hace acontecer, y permite visibilizar. ¿qué hace acontecer el crimen? qué si no el marco regulatorio de una sociedad en funcionamiento, en productividad, cierta normatividad, cierto régimen de vida, cierto entramado seguritario con el cual permitir el correcto devenir de los flujos, de las vidas, de los deseos. La cárcel guarda un secreto, guarda el secreto que imprime la sociedad en el actuar inconciente y funcional de los individuos, guarda el secreto de un presente, guarda el engranaje de las máquinas productivas de realidad con que la idea-representación “Hombre-ciudadano” se constituye en su presente.
La colonia penitenciaria guarda en la cicatriz que produce sobre el cuerpo del preso la infracción, en consecuencia, la ley, y qué es la ley si no el significado de la vida, la vida con la cual se produce y reproduce cierta realidad en el hoy, y en el ayer, y en el mañana, dando cuenta de la singularidad epocal con que los sistemas sociales se reconfiguran y producen, literalmente, la vida, la vida social.
El hombre como tal es un cuerpo inscrito por los diversos mecanismos sociales que disponen las relaciones entre ellos a un secreto, a la producción y reproducción de cierto orden social, orden social que se dispone abierto al crimen, en cuanto el crimen es productivo en la generación de temor social; y el temor social, qué es sino la llave para la profundización de mecanismos seguritarios, qué es sino la posibilidad de establecer el estado de sitio sobre la vida, qué es sino el repliegue de las fuerzas de control social para la modelación de la sociedad en torno a su secreto, el secreto de la invisibilización, del panóptico, con el cual administrar las vidas, significarlas, como mercancías de excedencia. Qué es la humanización del preso, sino la mejor forma de readecuar los mecanismos penitenciarios para extenderlos al afuera de la cárcel, a la vida social.
Los críticos filantrópicos del siglo XIX –entre ellos Bentham, creador del panóptico carcelario- fueron quienes a través de la humanización del preso permitieron extender al afuera de la prisión los mecanismos disciplinarios, coercitivos, y normalizadores, en su condición positiva, justificable, y bonachona, convirtiéndose en el antecedente más cercano de la sociedad panóptica, satelital, mass media, que hoy regimenta y constituye a los hombres como tal. El invento de la “Humanidad” como ficción ideológica es el principal motor de la sociedad capitalista, a su vez, la carta constitucional del Estado-nación, y en su devenir, el campo de batalla donde la vida se dispuso como mercancía, como espacio de gestión de los dispositivos tendientes a la producción capitalista. La “Humanidad” reviste el secreto de la sociedad capitalista, guardándose en ella el derecho Humano, de encerrar, de contener, de reprimir, de silenciar, de desaparecer cuerpos, cuerpos mutilados. Cuerpos a los cuales les fue arrancado la capacidad de nombrarse a sí mismos, anteponiendo a ellos su “Humanidad”, restituida su experiencia por mecanismos disciplinarios, y hoy en día, terapéuticos, con los cuales inscribirles su ser, su existencia, su normalidad, su funcionalidad, su positividad.
El enganche crítico fetichista con el cual muchos hoy en día se disponen en enemistad con la prisión es, paradójicamente, el mismo que a los reformistas penitenciarios del Siglo XIX les permitió extender la prisión, como institución limitada, al afuera, al todo social, y constituir, a través de cierto regimen y lógica seguritaria capitalista, las vidas. Si la prisión y su multidisciplinario equipo de gendarmes –desde el cabo-lumpen al sicológo bonachón- anteponen al cuerpo del preso cierta representación Humanizada con el cual docilizar al delincuente, el crítico que antepone su discursillo romántico de clase, metafísico, republicano, revolucionario, etc, realiza el mismo acto mimético penitenciario, el del silenciamiento, el ocultamiento y la negación del encerrado, que guarda en su mudez su tiempo, cierta norma, cierto poder, cierta verdad que lo mantiene encerrado.
Hacer hablar, es permitir constituir la potencia creativa y activa del encerrado, el que yace preso en la cárcel, en el hospital, en la fábrica, en la escuela, en la universidad, -y aún más, en el metro, en la micro, en el paseo, en el portal, en la radio, en la televisión, en el Facebook, etc,- es evidenciar en sus cuerpos cómo los mecanismos de productividad gestionan sus vidas-mercancías; hacer hablar no es hablar por el otro, no querer representar a nadie, es tensionar sus flujos de normalidad para hacer emerger en su cotidianeidad el marco de la ley, el marco positivo de la ley con que la vida yace dispuesta como mercancía. Hacer hablar, es interrumpir el discurso del torturador –el político, del facho al stalino; el dirigente, del pc al ultra; el economista, del neoliberal al marxista- que habla a través del cuerpo del preso, del obrero, del estudiante, del politicucho. Hacer hablar es afirmar la condición del delincuente, visibilizando en su experiencia la norma que yace inscrita silenciosamente en la vida social de los individuos. Interrumpir al capital es visibilizar la cárcel, amplificar el gruñido del loco, del paria, del inmigrante, del explotado, y permitir que su cuerpo se apropie de su vida, que la rabia, el agobio, el odio, el hastío se tome las tribunas de lo público para destruirlo, agenciando el querer de la fuga al de la afinidad, al de la conspiración, al del anonimato, al de la solidaridad, contra la vida-mercancía. Hacer hablar es permitir evidenciar la violencia fundante de toda sociedad sobre los grupos minoritarios sojuzgados por los intereses de una mayoría; hacer hablar es potenciar la guerra de una multiplicidad de comunidades silenciada por la paz social de una civilizada comunidad del capital. Hacer hablar es hacer hablar la guerra con que el detalle, el grupo, la comuna, la colectividad, se distancia de todo carácter homogeneizante y totalizador de cualquier sociedad cívica, humana, cristiana y capitalista.

¡Por la libertad de lxs presxs de la vida del capital, contra toda Humanidad, acción y conspiración!

* cuando digo institución positiva y productiva, me refiero al carácter productor de cierta subjetividad con los individuos se reconocen como sujetos, por ejemplo, cuando el estudiante se reconoce como obrero, reconoce cierta subjetividad dada por cierta institución positiva denominada fábrica, dejando en otro espacio cierta subjetividad del estudiante determinada por la institución escuela.


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