¡LA COMUNA DE LOS NADIE!


Frente a la extensión globalizada del nihilismo, el arrojo a la catástrofe de nuestras antiguas representaciones nos obliga a asumir nuevos lugares, construir nuevos espacios, retomar de la nada la potencia de nuestra golpeada experiencia para trazar nuevas cartografías, en la furibunda comuna de la nada, para okupar las vidas destrozadas, desplazadas, exiliadas, por la movilización total y despiadada del capital. Es así como retornamos siempre ininteligibles, siembre inapropiables, siempre rebeldes al orden de muerte de esta sociedad.

¡LA COMUNA DE LOS NADIE!...
"porque no existe otro lenguaje, somos un balbuceo en el lenguaje del poder..." (miradas extraviadas, mar traful, 2002)

lunes, 27 de mayo de 2013

Y, ¿Quiénes son los extranjeros?




Y ¿quiénes son los extranjeros?
Pablo Azókar.

Durante los últimos años hemos podido evidenciar que las calles de Santiago han ido, poco a poco, volviéndose polifónicas. En un país que se ha caracterizado históricamente por una violenta y arbitraria armonía, coros múltiples y heterogéneos, la vuelven a relatar, la vuelven a retratar, sacando de las gargantas chilenas ese tono golpeado y autoritario que ha constituido las pretensiones dictato-democráticas neoliberales de hoy, posibilitándole de un ritmo latinoamericano que tradicionalmente siempre se había tratado a distancia, chilenizando el “stablishment internacional” de corte europeo como discurso identitario antes que el “barbárico” y siempre tan peligroso murmuro regional. Es así como entre los santos pavimentados de Santiago Centro; entre las criollas, aristocráticas y sórdidas calles del roto chileno; entre los parajes ferroviarios del ganso y, los siempre anónimos cités, comunidades rotas por el “benemérito” mercado internacional se asientan, tejiendo ya no sólo artesanales y rústicas manualidades, versos pampinos marchitos por el desierto, o caribeños productos selváticos, sino que también miserias, soledades, abandonos,  hambre, segregación, violencia e intolerancia, a través de la terrorífica y neoliberal orquesta del mercado flexibilizado y  el mercado criminal-seguritario, que a tientas bonachonas y “humanitarias” recitan en los oídos de estos viajeros el patriótico verso, “y verás como quieren en Chile” abriendo las usureras industrias manufactureras, los oligarquizados servicios, las comisarias, las prisiones, los antros de prostitución y los pornográficos e inquisidores medios de comunicación, para dar la bienvenida a estos cuerpos exiliados por la <<operación cóndor>> del libre mercado,  tal cual como se espera al “amigo cuando es forastero”, tal cual como se espera al hijo pródigo en la familia del mercado transnacional.
Sin embargo, si rastreamos los nuevos mapas neoliberales, su funcionamiento, sus rutas, sus cartografías, podemos dar cuenta de que estos yacen administrados no sólo por la anarquía transnacional, sino que de la mano de la importante labor de los Estados, los cuales, como históricamente lo han realizado, se desviven en la producción de míticas narrativas con las cuales poder legitimar sus políticas, potenciar sus mecanismos de control, concretar ciertos fines, y poder asegurar y prevenir los flujos de los agentes que las componen, de esa multiplicidad que sin saberlo ha firmado un contrato con la muerte de los Otros para asegurar sus vidas, su “nosotros”. Es así como una historia de los Estados, una historia del Estado chileno, en particular, debe estar atravesada por las huellas de muerte que ha dejado, olvidado e incorporado, en los mitos nacionalistas-racistas de su verdad. “Somos bravos como los araucanos”, pudimos decir los chilenos luego de haber expropiado y asesinado cientos de araucanos en lo que recordamos como “pacificación” de la araucanía, una pacificación que se extiende hasta hoy sobre el wallmapu. “Somos republicanos, rotos chilenos” pudimos afirmar cuando miles de hombres fueron arrastrados por la fuerza al ejército y luego a la guerra por los intereses de un parlamento que no buscaba en el norte más que riquezas para firmas europeas. “somos los jaguares de Latinoamérica” cuando los cuerpos ensangrentados de las matanzas obreras, docilizados por la violencia del Estado, permitieron ingresar a Chile en uno de los rankings más rentables para la explotación laboral a nivel mundial, tejiendo desde la muerte un horizonte republicano que se veía, a punta de balas, hecho leal, patriótico, y unitario. “Somos uno de los países más democráticos a nivel mundial”, gritamos desenfrenadamente luego de haber dicho NO a la dictadura, que tejió entre desaparecidos, fusilamientos, campos de concentración y exilios, un binominal, una política oligárquica social de mercado, un Estado de excepción, de sitio, normalizado como democrático en el Wallmapu, en las poblaciones, en los campamentos, en las zonas fronterizas, en los sectores vulnerables, etc. Y que hoy, día a día, se sigue robusteciendo en las portadas farandulizadas de medios de comunicación con estos enemigos que deben ser siempre incorporados a sangre en las renovaciones fundacionales con las cuales se asegura y protege el estado de derecho de nuestro país.
El filósofo Santiago López Petit nos advierte de esta nueva estancia ciudadana en el neoliberalismo evidenciando que <<Somos ciudadanos cada vez que nos comportamos como tales, es decir, cada vez que hacemos lo que nos corresponde y se espera de nosotros: trabajar, consumir, divertirnos.>>, siempre dispuestos y convencidos de asir los mitos de nuestra historia para poder mantenerlo impío, siempre dispuestos a “luchar por nuestra patria”, siempre dispuestos a firmar lealtad con los enunciados de nuestra ciudadanía. Es así como hoy en día, el mito neoliberal se abre un nuevo objetivo, nuevas poblaciones de sujetos, nuevas direcciones estratégicas ad-hoc a la normativa internacional de la soberanía. Basta con salir a dar un paso por las calles del nuevo mapa cultural de Santiago para advertir en la boca de nuestros compatriotas el “nuevo y renovado” aliento identitario del siglo XXI, “cholos, váyanse a trabajar por su país”, “trabaja por tu patria, mata a un peruano”, “los cholos nos quitan el trabajo”, “fuera los cholos delincuentes”, etc, con que se empieza a escribir, de la mano de la prensa voyeur, la subjetividad del chileno promedio, advirtiendo que las soberanías están lejos de extinguirse y que día a día, nuevos racismos comienzan a enarbolarse solapando así los territorios comunes con que ciudadanía y migración se imbrican, los de precariedad, pobreza, flexibilización laboral y delincuencia.
El neoliberalismo chileno se permite ingresar en las grandes ligas económicas volviendo las ciudadanías sinónimos de trabajo, por un lado, y de inseguridad, por otro. Por un lado, el Estado neoliberal chileno requiere asegurar trabajo para todos, no obstante el más precarizado y flexibilizado, “necesitamos empleos”, pues bien que todos trabajen, aunque lo hagan en dos o tres lugares distintos para poder satisfacer las necesidades correspondientes a la sobrevivencia, por otro lado, conteniendo en la marginalidad la mayor, pero controlada, población de ilegales -nacionales e internacionales- para poder satisfacer así subcontratos o el enriquecedor mercado del crimen, el cual da cabida a una nueva modalidad empresarial dispuesta a controlar, disciplinar, docilizar, allanar, asesinar, pero por sobretodo, atemorizar a la población, asegurando así, bajo las sombras y las conductas estoicas del simulacro del Bien Común, las preocupaciones por las reales condiciones sociales en que se disfruta, como derecho, la precariedad. El derecho a la precariedad se vuelve el síntoma más latente de un Estado-nación que se reinventa en cuanto Estado-guerra, dejando de lado el fin de la unidad nacional, por el de la fragmentariedad, la competencia, la inseguridad, la intolerancia y la violencia, dándole un valor de cambio a cada una de estas grandes crisis y falacias que supone subsanar. El ciudadano chileno tiene consigo el deber de trabajar, consumir y entretenerse, siendo fiel a la soberanía neoliberal dada por el derecho a la precariedad, pudiendo ingresar a un campo de amplia oferta de bonos; el inmigrante, se ve obligado por su mera condición de extranjero a la precariedad, teniendo en cuenta que su condición no será asegurada más que por su paulatina muerte, obligado al trabajo, más que al del consumo y para qué decir al del entretenimiento, siendo éste último el espacio de ingreso a la chilenidad a partir de categorías tales como “sucio”, “cochino”, “peleador” y “asaltante”.
El nuevo mito neoliberal del chileno incorpora sólo por dos formas al extranjero, como trabajador flexibilizado, alienado de derecho más que al de la precariedad, y culturalmente, como delincuente, sujeto de riesgo y precaución. Al neoliberalismo no le importa si ingresa legal o ilegal, por los dos campos ingresa al mercado como potencial de riqueza. El extranjero debe asirse a la sobrevivencia, ¿no es por eso que está acá?, debe satisfacer cierta cantidad de remesas para aquellos a quienes se vio obligado a abandonar, debe cumplir y agachar la cabeza, porque día a día en la calle le recalcan que está quitando un trabajo, debe abrirse a las fantasías de los dueños de esta larga y angosta faja de explotación y cárcel, porque si no, muere de hambre.
¿quiénes son los extranjeros?, pues bien, los que han renunciado a su patria por la precariedad, quienes sólo por ser precarios son presuntos criminales o simplemente ingresan más abajo del promedio salarial a trabajar. ¿Quiénes son extranjeros?, los que día a día no hablan más que de la sobrevivencia, los que hostigados por su mera apariencia ya tienen lugar en el exilio, en un exilio – un exilio transnacional o intranacional-; aquellos que sólo por vivir en medio de la precariedad deben olvidar su lengua, su comunidad; aquellos que no sólo atraviesan frontera al norte o al sur, sino aquellos que aguardan en escuelas de riesgo, poblaciones en vulnerabilidad o celdas de castigo; aquellos que día a día nos vemos obligados a inventar una lengua más allá de la ciudadanía, una lengua que apunta a quienes gobiernan el hambre y el exilio en la comunidad del bienestar del libre mercado; aquellos que sin patria más que la de la precariedad nos organizamos en los recodos olvidados de una ciudadanía global, transnacional y neoliberal.




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